EL ODIO COMO BUMERANG DE LA DEMOCRACIA BURGUESA

24/diciembre 2023

Por considerarlo de interés para los lectores de la Revista Diplomática publicamos un artículo de nuestro colaborador, periodista, analista político e Internacionalista Alberto Aranguibel.

Por Alberto Aranguibel

Apenas a una semana de haber asumido la presidencia de Argentina, el ultraderechista Javier Milei ha desatado la más inaudita reacción contra él por parte de casi exactamente la misma población que lo respaldó en las elecciones del 10 de diciembre pasado, en medio de un desquiciamiento colectivo que puso a la gente a elegir entre un pusilánime socialdemócrata de medio pelo que era presentado por los medios como el más rabioso comunista, y un desaforado reaccionario que le vendió a los votantes la idea de una motosierra como compendio teórico político.

La pregunta más extendida, no solo en Argentina sino en el mundo entero, es cómo pudo un sujeto de tan precaria condición intelectual llegar al poder sin el respaldo de ninguna maquinaria partidista de peso, que surgiera de una auténtica trayectoria de trabajo y de arraigo en las comunidades, ni una propuesta consistente de transformación de la economía y de la sociedad que no fueran las descabelladas ofertas de medidas efectistas y disparatadas que presentaba de manera aislada durante la campaña electoral en las entrevistas de televisión.

La primera conclusión a la que puede arribarse no es para nada producto de una sesuda investigación politológica o de una disección científica de la sociedad argentina, sino de la más elemental lectura de una realidad existente en el mundo, pero que en Argentina es quizás el factor más determinante en la movilización social, como lo es el trabajo de los medios de comunicación en la fabricación a su buen saber y tender de liderazgos insustanciales e inéditas corrientes de pensamiento que, precisamente por su falta de fundamento doctrinario y de arraigo popular, terminan convulsionando cada vez más a los países que se rigen por el ritual del voto como expresión del modelo democrático.

Sobre esa tan extendida realidad en el mundo actual se ha escrito hasta la saciedad, aun cuando falte todavía mucha tela que cortar en ese sentido hasta tanto no se alcance la democratización verdadera del medio de comunicación como herramienta esencial para la construcción y consolidación de la democracia. La injusticia inherente a la presencia tan determinante del medio de comunicación en la vida de la gente a la misma vez que es controlada por aquellos que no han sido jamás electos para desempeñar esa decisiva función, es quizás el rezago más importante que tiene el modelo democrático para considerarse verdaderamente como tal. Es absolutamente imposible la existencia de una democracia plena mientras los medios de comunicación estén en manos de quienes orientan la línea editorial de los mismos en función de los intereses del gran capital que genera la exclusión, el hambre y la miseria entre los pueblos y eso, a estas alturas, es más que sabido.

A partir de esa demoledora verdad de Perogrullo se llega directamente a la que terminaría siendo entonces la cuestión de fondo a plantearse en el análisis de la insólita coyuntura argentina actual, como lo es, sin lugar a dudas, la razón por la cual los electores votaron por semejante tarambana para otorgarle nada más y nada menos que la inmensa responsabilidad de conducir el país y sacarlo del marasmo económico en que se encuentra.

Pues, porque desde hace ya más de un cuarto de siglo el poderoso entramado mediático de ese país no ha estado nunca al servicio del desarrollo nacional, sino que se ha dedicado a tiempo completo a desatar su furia difamadora contra un sector muy determinado de la política argentina, el kirchnerismo, al que la derecha ha considerado siempre su peor enemigo sin importar para nada el interés del país por salir adelante con base en propuestas auténticamente propositivas.

Sin embargo, el fenómeno no es de ninguna manera exclusivo de la grotesca realidad mediática argentina, sino que se trata de un evento de la mayor significación y trascendencia mundial en la historia contemporánea; la instauración del odio como vehículo eficaz para el aseguramiento de la alternabilidad democrática, promovida por los sectores hegemónicos de acuerdo a sus muy particulares intereses, tan indispensable para la consagración efectiva del ritual pendular que se le ha ofrecido siempre al pueblo como prueba incontrovertible de la supuesta robustez del sistema, pero sobre la cual la cada vez mayor insurgencia de los movimientos populares organizados y fuerzas de izquierda acaparando espacios políticos y de gobierno, especialmente en Latinoamérica, ha dejado al descubierto el desgaste y la ineficacia de esa modalidad gatopardiana de una idílica alternancia que en realidad solo sirve para garantizar la perpetuación del modelo burgués imperante.

Por supuesto que hay que considerar en esta particular coyuntura que lleva a Milei al poder, el abrumador fracaso de una izquierda panfletaria como la argentina, ineficaz e incompetente en la gestión de gobierno, cuyo empeño en tratar de aparecer equilibrada y justa por encima de las exigencias de transformación de la sociedad que le corresponde transformar, la lleva a ser la única izquierda de la historia perseguida por el Estado cuando está en el poder. Una izquierda cobarde que ni siquiera tiene el valor de presentarse con nombre propio a las elecciones, sino que se inventa remoquetes del más ramplón marcadeo político, como eso de “Unidos para el cambio”, “Juntos para vencer”, y toda clase de dislates semejantes.

Pero eso no explica por qué razón los argentinos volvieron a votar por esa izquierda después del gobierno de Macri.

Tal como se concibe la democracia desde los sectores de la derecha y de la ultraderecha en el mundo, la alternabilidad no es un mecanismo destinado precisamente a servir de plataforma para la libre escogencia de opciones de gobierno por parte del electorado, como se le presenta, sino para operar como válvula de escape a las presiones sociales bajo un sistema constitucionalmente controlado, orientado a asegurar que las transformaciones políticas, económicas y sociales en el Estado sucedan siempre dentro del marco político burgués establecido. Es decir, que sean solamente cosméticas y jamás de fondo.

Por esa razón (y por la naturaleza infame de la derecha) toda expresión de izquierda en el capitalismo no fue nunca presentada como opción alternativa sino como una amenaza, cuando menos, que ponÍa en todo momento en riesgo la posibilidad de sobrevivencia misma de la sociedad. La supuesta alternancia no es sino entre partidos que garanticen la preservación del estatus quo, como está establecido en la mayoría de los países de la esfera capitalista.

De modo que si algo revela ese pendular vaivén de derecha a izquierda y de izquierda a derecha en el que se ha convertido el cambio de gobierno en la realidad política de regiones como Latinoamérica, por ejemplo, es el fracaso de un modelo que por décadas los sectores hegemónicos del capital consideraron perfecto e infalible, porque era reforzado con un poderío mediático cuya influencia en la psiquis de la sociedad era cada vez mayor en dimensiones que la izquierda no podría jamás ni siquiera soñar en igualar, pero que ha terminado viniéndose abajo en su capacidad de convencimiento, precisamente por el desastre que han sido en la práctica los intentos por presentar al neoliberalismo capitalista como el medio para redimir a los pueblos y salvarlos de la exclusión y la pobreza.

La derecha sabe que ya el discurso mediático no es garantía de perpetuación del modelo de la alternancia a lo Lampedusa. Pero no por ello desecha el inmenso e indiscutible poder de alienación de los medios, cuyo avance tecnológico y su expansión a través del tiempo fue pensado desde siempre por los sectores dominantes básicamente para el control social. Lo que ha estado haciéndole falta es una nueva narrativa, distinta a la de las ilusorias y ya desgastadas promesas de bienestar que ofrecía siempre la democracia burguesa sin cumplirlas, que le permita a esos sectores que cada vez están mas en evidencia como repugnantes élites archimillonarias mientras la casi totalidad de la humanidad padece el agobio del hambre y la pobreza, mantenerse en la confortable cúspide de la escala social en la que han estado hasta ahora.

De ahí que necesite de manera imperiosa la despolitización del pueblo como fórmula de sobrevivencia. Dada su naturaleza irracional, el odio, que usa como vehículos de inseminación la mentira y la calumnia (a los que la misma mediática le inventa terminologías seductoras para intentar legitimarlos, como los tan ridículos anglicismos Fake News y Lawfare) no necesita de ningún fundamento ideológico (en virtud de lo cual no es posible encasillarlo o acorralarlo con el discurso político) ni mucho menos de margen alguno para el discernimiento teórico o programático, sino que su poder radica en su capacidad de movilizar ciegamente a los integrantes del cuerpo social indistintamente de la dirección o del color político o religioso, impulsados únicamente por la animadversión hacia lo que se odia, ya sea una ideología, un sector social, un país, un partido político o una figura determinada. El inusitado resurgimiento en el mundo de los movimientos pronazis o neonazis son prueba de ello.

Por eso el odio es el nuevo gran instrumento de control usado por los sectores dominantes para tratar de asegurar su poderío, sin importarle en lo más mínimo las funestas consecuencias de sus efectos, ni mucho menos si el resultado de su propuesta termina siendo totalmente insustancial y contradictorio con todo aquello que en algún momento dijo profesar, tal como le sucede hoy al pueblo argentino con el desquiciado e irresponsable presidente que eligió guiado solamente por la irracionalidad del odio.

Lo que, en medio de su miopía para ver acertadamente la metamorfosis de los pueblos,  no calcula la derecha reaccionaria que hoy se decanta por la solución del odio como recurso, es la irrefrenable convicción de la lucha a toda costa que están dispuestos a dar esos pueblos en su creciente compromiso por alcanzar la justicia y la igualdad social que solo el pensamiento de izquierda, con base en el vasto sustrato ideológico y científico en el que se fundamenta, puede hacer realidad.

Inexorablemente, ese odio que hoy siembra la derecha se volteará cada vez más contra ella como todo un boomerang apocalíptico.

@SoyAranguibel